jueves, 17 de noviembre de 2011

Descripción de mi familia

Mi hermana pequeña se llama Laura, es tan blanca como la nieve o la luna.
Se parece a Kristen Stewart en lo de la piel, los ojos los tiene más bonitos que los míos.
El pelo lo tiene liso, rubio y marrón, como las hojas del Otoño, la nariz la tiene pequeña y redonda como la de un bebé.
 Cuando se cabrea se parece a un diablo de Tasmania, que es un animal con mala leche.
Se viste super bien, muy elegante como Ana de Armas una actriz de la serie (El Internado).
De altura es normal para una niña de 9 años casi 10, es más  delgada que la hermana de Martín Rivas que interpreta a Marcos en la serie (El Internado).
Es más guapa que Ashley Tisley.
  



  

Don Fermín

De Pas no se pintaba. Más bien parecía blanquecino. En efecto, su cara blanca tenía los reflejos del yeso. En los mejillas, un tanto avanzados, bastante para dar energía y expresión característica al rostro, sin afearlo, había un ligero encarnado que a veces tiraba al color del tira de tela endurecida ceñida al cuello  y de las medias. No era pintura, ni el color de la salud, ni que publica o divulga algo que es ignorado del alcohol; era el rojo que brota en las mejillas al calor de palabras de amor o de vergüenza que se pronuncian cerca de ellas, palabras que parecen imanes que atraen el hierro de la sangre. Esta especie de rojecimiento también la causa el orgasmo de pensamientos del mismo estilo. 

En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían polvo de tabaco, lo más notable era la suavidad de hongos; pero en ocasiones, de en medio de aquella gordura pegajosa salía un resplandor punzante, que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas. Aquella mirada la resistían pocos; a unos les daba miedo, a otros asco; pero cuando algún audaz la sufría, el Magistral la humillaba cubriéndola con el telón carnoso de unos párpados anchos, gruesos, insignificantes, como es siempre la carne informe. 

La nariz larga, recta, sin corrección ni dignidad, también era sobrada de carne hacia el extremo y se inclinab
se a como árbol bajo el peso de excesivo fruto. Aquella nariz era la obra muerta en aquel rostro todo expresión, aunque escrito en griego, porque no era fácil leer y traducir lo que el Magistral sentía y pensaba. 

Los labios largos y delgados, finos, pálidos, parecían obligados a vivir comprimidos
por la barba que tendía a subir, amenazando para la vejez, aún lejana, entablar relaciones
con la punta de la nariz rota. Por entonces no daba al rostro este defecto apariencias
de vejez, sino expresión de prudencia de la que toca en cobarde hipocresía y anuncia frío y
calculador egoísmo. Podía asegurarse que aquellos labios guardaban como un tesoro la
mejor palabra, la que jamás se pronuncia. La barba puntiaguda y inquieto semejaba el
candado de aquel tesoro.

La cabeza pequeña y bien formada
, de espeso cabello negro muy
recortado, descansaba sobre un robusto cuello, blanco, de fuertes músculos, un cuello de
atleta, proporcionado al tronco y extremidades del fornido sacerdote, que hubiera sido en su
aldea el mejor jugador de bolos, el mozo de más partido; y a lucir entallada levita, el más
apuesto callejero de Vetusta.